HISTORIA DEL LIBRO

Por: Nino Arias Almonte


En la Antigüedad, la forma del libro era de rollo. Sobre una de las caras se escribía el texto en columnas sucesivas. El lector iba desenrollando un extremo y enrollando la parte ya leída con el inconveniente de que todo el libro debía ser desenrollado de nuevo antes de que otro lector lo usara.

Este sistema ocasionaba un gran deterioro del material que solía ser el papiro. La base para preparar el papiro eran finas tiras del tallo fibroso de una planta que crecía a orillas del Nilo.
Se superponían perpendicularmente dos capas de estas tiras fibrosas, se secaban al sol y se prensaban hasta formar hojas que se unían más tarde entre sí hasta formar el rollo. Se usó en toda la zona mediterránea durante milenios pero apenas ha llegado alguna muestra hasta nuestros días.

Toda la producción de papiros estaba bajo el monopolio de los egipcios. En momentos de escasez se buscaron nuevas soluciones.El cuero se usó en algunas ocasiones pero no resultaba adecuado para la escritura. Según el historiador romano Varrón, fue en Pérgamo donde se ideó un método de tratar las pieles de animales para crear lo que hoy conocemos como pergamino.

El uso del pergamino no se generalizó, no obstante, hasta más tarde, durante los primeros siglos de la era cristiana. A partir del siglo IV d.C., el pergamino sustituyó por completo al papiro.
El pergamino es una piel de cabra, oveja, carnero o vaca tratada a fin de quitarle el pelo, pulirla, y reparar los fallos que pudiera tener.
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De la piel de ternera o de becerros recién nacidos se obtenía la vitela, piel de muy alta calidad, fina y flexible, que se dedicaba a códices miniados. A finales del siglo I d.C. el pergamino abandonó la forma de rollo a favor del códice, esto es, el libro tal y como se conoce hoy (véase códice).El papel llegó a Europa en el año 1150 cuando los árabes establecieron el primer molino de papel en Játiva, Valencia, pero su invención se remonta al año 150 a.C. en China.
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Para su fabricación se empleaban fibras de cáñamo y algodón, de bambú, morera, lino, caña, etc. El papel proporcionó una base mucho más barata que el pergamino. La historia del papel muestra que su producción no ha dejado de aumentar en ningún momento desde entonces.
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Cada región ha aspirado a autoabastecerse y el mercado del papel se convirtió pronto en una fuente económica de gran poder. La demanda de papel aumentó considerablemente tras la invención de la imprenta y de manera inusitada con la aparición de los periódicos. A finales del siglo XVII, los avances tecnológicos permitieron mejorar la calidad del papel y se comenzó a experimentar con materias primas diferentes.
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La fabricación de papel se mecanizó desde mediados del siglo XVIII. En 1797, Nicolás-Louis Robert inventó la máquina continua. La creación de una biblioteca universal era una aspiración olvidada desde los tiempos de la biblioteca de Alejandría. La imprenta hizo renacer la ambición de humanistas y hombres del Renacimiento: reunir todo el conocimiento humano apareció como una posibilidad factible por fin.
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El nuevo invento propició el enriquecimiento de las librerías particulares, que pronto llenaron sus anaqueles con obras de todo tipo y vino a responder a las necesidades de una minoría letrada que demandaba más y mejores libros.
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La imprenta hizo posible que una misma biblioteca poseyera distintas obras, comentarios y estudios en torno a un mismo tema. Elisabeth Eisenberg ha afirmado que la posibilidad de consultar varios textos y compararlos supuso que se descubrieran más fácilmente contradicciones o distintos puntos de vista en diversos terrenos científicos.
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La información se hizo cada vez más accesible y dejó de ser necesario viajar por toda Europa porque el mercado librario se expandió y agilizó. El intercambio cultural se convirtió en algo habitual para ciertos grupos sociales y profesionales.
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En total, se cifran en 20 millones los ejemplares impresos en el siglo XV y en unos 200 millones los que salieron de las imprentas europeas durante el siglo XVI. Las grandes y ricas bibliotecas de Italia anteriores a la imprenta demuestran la diferencia numérica con respecto a las colecciones que, posteriormente, pudieron beneficiarse del nuevo invento: la de Petrarca, formidable para su época, estaba formada por unos 200 manuscritos, mientras la de Boccaccio rondaba los 90. Niccolò Niccoli, el mayor coleccionista de manuscritos de comienzos del Quattrocento, logró reunir 800 y Pico della Mirandola llegó a los 1695.
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La Biblioteca Vaticana, por su parte, se situaba en una posición destacada con sus 3.650 títulos en 1484, frente a los más de 15.000 títulos de la biblioteca de Fernando Colón (1480-1539).
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