Por: Mabel Mejía
Con tanta lluvia en estos días, seria bueno saber acerca de la sombrilla, un elemento un importante en el diario vivir de cada persona cada vez que llueve, y aun sin llover.
Este maleficio es relativamente reciente, pues como tales, no fueron introducidos en Europa hasta el siglo XVII.
Su simbología procede de los parasoles orientales, representativos de la realeza que dimana de la divinidad, y del palio. Desde ese ángulo, se interpretaba que usurpar la condición divina por medio del uso de ambos objetos era interrumpir el itinerario del reino de la luz (el sol), y contribuía a desairar a los dioses. Por eso sólo se permitía que, excepcionalmente, se usara para cobijo y protección en las salidas al exterior.
Otras concepciones más racionalistas argumentan que esta superstición la crearon, de forma artificial, a principios de introducir su uso en Europa, con el fin de evitar los posibles accidentes que provocaban los primeros y desprevenidos usuarios del armatoste, al intentar abrirlo. Sin embargo, prevalece la creencia, que involucra igualmente las fuerzas del bien y, para algunos, usar un paraguas un día soleado es invocar la lluvia. A los tuneros nos vendría de maravillas, ¿cierto o falso?
La sombrilla parece quedarse al margen de los sortilegios, mire usted si el machismo es viejo. El problema es el señor, que si se nos cae anuncia una decepción en el amor o en los negocios y, siempre, debe ser otra persona la que lo recoja del suelo para evitar el riesgo.
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